Una tarde, paseando, tuve ganas de ir al teatro. No sabía qué quería ver, pero sabía que quería ir. Y caminando, caminando, llegué al Rosalía. No sé si fue el destino, una casualidad o un acto premeditado de mi subconsciente. Solo sé que de repente estaba delante de la cartelera decidiendo lo que me apetecía ver.
Un buen amigo que estaba allí conmigo (^_^) me propuso una obrita que había visto anunciada en los buses. "Idaho y Utah", se llamaba. El nombre en sí no me llamó la atención, pero cuál fue mi sorpresa al leer el subtítulo. "Nanas para nenes malitos". Justo lo que estaba buscando.
Así comenzo una odisea para conseguir entradas. Tras un par de cabreos con los señores del kiosko-taquilla, una serie de maldiciones hacia los NP (léase, niños-patada) y alguna que otra apuesta sobre la proporción juventud/puretas (meu rei, equivocámonos) nos sentamos en nuestra butaca.
Se abrió el telón y poco a poco entramos en un mundo de fantasía realista. Cuando nos dimos cuenta estábamos riendo en una "fiesta de despedida del sueño". De pronto, estábamos llorando, y riendo de nuevo. Un torbellino de sentimientos en mi corazón. Pero, sobre todo, una gran ternura.
Aquél día yo no ví una obra de teatro. No escuche un cuento de hadas. Ese día escuché una nana para un nene malito.
1 comentario:
A mi me gustó mucho también, la verdad.....:)
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